Descripción
Ensalmadores, saludadores y curanderos
Si la enfermedad es tan antigua como la humanidad, su tratamiento también hubo de nacer con ella. Un nacimiento impregnado de animismo basado en la creencia de que «las fuerzas espirituales explican todos los fenómenos y que cada suceso es una manifestación de dichos poderes». Si la enfermedad —resultado de la invasión del cuerpo por espíritus malignos— involucraba ese mundo supranatural, lógicamente su tratamiento debiera ser impartido por personas con poderes, si no divinos, al menos dispensados en nombre de un ser superior. La figura del hechicero-brujocurandero-sacerdote, poseedor de los secretos de la vida y de la muerte, desempeña el papel de investigador de fuerzas sobrenaturales malignas y de elaborador de pociones mágicas capaces de contrarrestarlas.
El maleficio causante de enfermedades debía ser anulado por brebajes, amuletos y oraciones:
«¿Si lu agüeyará
la vieya Rosenda
del otru llugar?
Desque allá na cuerra
lu diera'n besar,
poqueñín a pocu
morriéndose va.
Dalgún maleficiu
la maldita i fai;
que diz que a Sevilla
los sábados va,
y qu'anda de noche
por tou el llugar
chupando los neños
que gordos están.
¿Si el míu la bruxa
tamién chupará?
Témolo en conciencia,
témolo en verdá.
Mañana sin falta,
si he que llego allá,
con agua bendita
lu tengo asperxar,
y ponéi la cigua
antes de mamar,
y dai pan bendito
mezcláu al papar,
y de San Benito
se i ha de colgar
la regla que fora
del Padre Bastián...».
Dejando aparte la supuesta aportación de brujos y brujas a la presencia de enfermedades y curaciones, así como la de charlatanes y otros profesionales del engaño, tres eran los personajes importantes a quienes los asturianos confiaban su salud: los ensalmadores, los saludadores y los curanderos.
Elviro Martínez los define en estos términos:
«Ensalmadores: en general son aquellas personas que pretenden sanar al enfermo mediante una sola técnica: pronunciar delante de él ciertas palabras; en la mayoría de los casos plegarias supersticiosas. Función de ensalmador era curar con palabras de conjuros y raras ceremonias curativas dolencias de hombres y de bestias».
«Saludadores: personajes que tenían en su saliva la virtud de sanar; en general eran capaces de tratar cualquier enfermedad, plaga o inclemencia meteorológica (tormentas, incendios...) y especialmente la rabia. Los poderes del saludador le venían dados por alguna de estas circunstancias: haber nacido en la noche de Navidad o el día de Viernes Santo; hacer el número siete entre los hijos de un matrimonio que sólo hubiera procreado varones; haber venido al mundo con un hermano gemelo y antes que él... y, además, tener una cruz debajo de la lengua, así como grabada la imagen de Santa Quiteria o la rueda de Santa Catalina».
«Curanderos: individuos que ejercían una cierta medicina empírica complementada con ciertos poderes mágicos o por una especial gracia y virtud que Dios les había concedido. Para García Robés —citado por E. Martínez— no se puede saber de una manera cierta dónde el curandero ha aprendido su ciencia... Lo más frecuente era que el curandero heredara la afición, los saberes y las recetas de la misma manera que se adquieren otras artes, como las relativas a la medición de fincas, a las particiones de herencias, al ejercicio de la abogacía de caleya, a la fabricación de madreñas y a otros ramos del saber popular».
El pueblo fiel, no demasiado culto y extremadamente confiado en los poderes sobrenaturales de estos personajes, fue víctima frecuente de sus engaños y supercherías, satirizadas con fina ironía por quienes no creían en ellas.
Antonio González Reguera, Antón de Marirreguera, sacerdote carreñense, párroco de Albandi y arcipreste de Carreño a finales del siglo XVII, en su poema El Ensalmador, pone en boca del individuo que ensalma este remedio para la cerviguera:
«Tomarás lo que quepia n'una mano
de fueyes d'arto albar, pimientos verdes,
y de gocho de un año nueve cerdes;
la yerba del colantro, la del pico,
raspiadures del casco de un borrico;
co la yerba cabrera,
les pates de ternera;
aceite de la llámpara, panizo,
el incienso del cirio pascualizo;
malva montés, el perexil marisco,
manzanes de carbayo y de lentisco,
basilicón, llantina y unto de oso,
los pelos de un furón o d'un raposo;
y echareislo a cocer en un puchero
con aceite y con suero;
colareislo después por una toca,
y echalo nueve veces pe la boca;
que cerviguera, puxos y almorranes
han de ir con Lucifer en tres semanes».
Después de dada esta receta, el ensalmador se ve obligado a pronunciar el ensalmo:
«Xanu, qu'entre les ñubes escondido
el to saber me soples al oído;
ya que ye para ti cosa muy llana,
manda la cerviguera y la almorrana
donde estaben, y dexa sin tripiezo
d'Alfonso Friera niervos y piscuezo;
para definitiva seculoria
pena de yos mandar requisitoria;
y encerrales pa siempre en mar Vermeyo
o del diablo mételes en peleyo».
Francisco González Prieto, Pachu'l Péritu, en 1921, ridiculizaba así a la figura del herbolario-curandero:
«Pregona pe les calles l'herbolariu
melecines caseres muncho bones,
con sacos de yerbatos a montones,
faciendo competencia al boticariu.
Elli suele cantar com'un canariu,
y lo viende barato por perrones;
convien tenelo'n toes les ocasiones,
que si angún amalez, ye necesariu.
Foriéganu, romeru, malvabiscu,
espliegu, salvia, trébole, llentiscu,
borraxa, yerbes-güenes, yerbes-males;
anises, ucalitu, paletina,
flor de saúcu, malves y llantina,
sanguinaria, ¿qué quier? , flores cordiales».
Como escribía el colungués doctor Fernández Ruiz, «no podemos decir que la superstición y la confianza en el curanderismo hayan desaparecido totalmente». En general, la gente, aunque acata con firmeza científica la llamada medicina oficial, acepta con cierta seguridad los preceptos de la medicina natural, máxime cuando son impartidos por personas expertas, y confía un si es no es en el curandero, curiosu o iguador... por si acaso.